Y diole la mano al duende.
Siete sillas de pata de acebo
profesaron.
Y, al sentarse monjitas de
clero,
de tanto pajarear,
a una nave especial,
lista,
para bien llevar al sur de los
Dardanelos
a un soldado de miga de pan,
que antes fuera palomero,
le impidieron
despegar
Y diole la mano al duende.
Reflotaron una planeadora
de corte de halcón
con relumbres de cielo,
y al soldado de miga de pan
le ofrecieron
volar,
esta vez,
al estrecho de Bab el-Mandeb
con tan solo una misión
la de contemplar la silla
de pata de acebo
desde la que peroró
el que dijo que le daba igual
ser rico o no tener un real.
Y diole la mano al duende
Realmente un bello poema...
ResponderEliminarSaludos
Gracias, amigo Mark, como siempre es un honor que pases por aquí, me alegro que lo hayas encontrado bello.
EliminarQue pases un buen día
Un abrazo
Primitivo
Jo Primitivo, eres tres veces grande como aquel Hermes que nos cuenta la historia, y si no la historia si al menos la leyenda que, por serlo, es todavía más estimable. Leo y releo tu poema (ya van tres veces) y siento que se apoderan de mí no sé qué extrañas y sutiles fuerzas. Poderes misteriosos y extravagantes que se me meten hasta en la miga del pan del bocadillo que estoy comiendo. Esto no es normal, no señor. Aquí se cuece algo que solo tú sabes y no nos lo quieres contar. En fin, querido amigo, como no podría ser de otra forma, respeto tu discreción.
ResponderEliminarUn abrazo reverente de tu humilde discípulo al que no dejas de asombrar.
Miguel.
Amigo Miguel, la jitanjáfora es una forma de expresión tan abierta a todo que cabe cualquier cosa, quién diría que le templa el ánimo, quién que azuza el ingenio, quien... que, pero tal vez sea simplemente una jitanjáfora mal resuelta que no vale ni para bendecir la mesa.
ResponderEliminarGracias Miguel por pasarte por aquí y por lo amable e inteligente que resultan siempre tus comentarios.
Un abrazo
Primitivo